La banda sonora que todos querríamos para nuestra rutina

Mi teatro

MI TEATRO (pincha sobre el título para escuchar la canción)

Pienso en despertarte cada mañana
con un beso chulo y una guerra de almohadas
Pienso enamorarte en cada mirada
con la sonrisita que yo sé que te encanta

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Pienso en conquistarte cada mañana
que te sientas guapa porque te dé la gana
pienso en admirarte sin que tu hagas nada
porque tu silencio es la obra más cara

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
Que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Que no me puedas mirar
del amor que sientes ya
Que no quieras dormir sin mí
que no te quieras despertar

Te espero mi teatro es para ti
ven a fabricar la luz
que alumbre esta función
donde tu actriz enamoro
al actor que vive en mi
interpretando a un hombre serio
aburrido y ya cansado de un papel que le impusieron

Te espero
ven a fabricar la luz
Te espero
mi teatro es para ti

-DANI MARTÍN-

-No quiero… Sí, quiero-

No quiero que nos convirtamos en esas parejas que se besan por rutina, sin lengua, sin pasión, sin asaltos con derribos en mitad del pasillo, sin más juegos de cama que los que nos regaló tu madre.
No quiero vivir en un campo de minas, donde una palabra, mirada o gesto pueden hacer estallar una guerra entre nosotros y no, precisamente, la guerra que empezaría yo contigo cada noche de mi vida.
No quiero que seamos del Club de las parejas perfectas, esas de revista, esas con mucho maquillaje y pocas duchas de dos en dos, esas que se vanaglorian de trajes caros pero de valores de saldo.
No quiero fiestas de etiqueta, quiero que seas mi anfitrión de la vida, que me lleves de la mano como en un baile y que me hagas bailar, bailar y bailar hasta no poder más.
Quiero escuchar salir de tu boca un nosotros en mayúsculas.
No quiero preguntarle a la margarita si me querrás mañana, si te quedarás otra madrugada. Quiero hacer tostadas para dos y elegir, de tu mano en el supermercado, el menú de la semana, escoger el color de las toallas o planificar las vacaciones a la playa de tu alma.
Quiero pelos en la ducha, que haya un cepillo de dientes verde junto al mío, tener cada noche un pecho cálido sobre el que apoyarme, que tu cuerpo siga siendo el guardián de mi calor en invierno y el que me hace temblar en verano o cualquier época del año.
No quiero sentarme en un restaurante contigo si no es para que me desvistas con las ganas, no quiero bandas sonoras de cuchillos y tenedores, quiero brindis, versos y risas y que me mires cada vez como la primera vez.
Quiero cansarme contigo no de ti, quiero sudor, arañazos, buenos días y cafés largos.
No quiero que pasemos por el comedor sin cruzar la mirada como dos desconocidos, no quiero saber que estás cerca porque te oigo respirar, al contrario, quiero que me quites el aliento, que me des abrazos tan fuertes que se me partan los miedos, las teñidas dudas y los malos consejos. Quiero equivocarme contigo, que seamos el error que todos quisieran haber cometido, pero no se han atrevido. Y es que, quiero, quiero y quiero porque TE QUIERO, tanto, tanto, tanto, que no me queda más remedio que quererte, así: loca, vulnerable, decidida o valiente. Te quiero de la única forma que sé, con todo lo que soy y con todo lo que por ti seré.
te quiero

Atlántico (II Parte)

Yo tan Mediterráneo y tú tan inevitablemente Atlántico, cómo no iba a enamorarme si me bañas en mareas de estados de ánimo, de lunas bajas y corrientes revolucionarias. Me colmas de arrecifes y peligros, o de calma y serenidad con la misma ocurrente sinergia con la que se forman rizos en tu pelo, con la misma viveza que gritas libertad con cada paso que te acerca a mí.

Vienes y vas, no puedo enredarte en mí como me gustaría, haces magia con las excusas y sospecho que debiste ser poeta en otra vida e, incluso, en esta.

Eres inefable, jamás he conocido nada ni nadie que se te parezca, tan libre, tan fuera de cualquier alcance, tan lejos y, a la vez, tan cerca, que estando aquí, puedes no estar y que, no estando, no puedo alejarte de mi cabeza.

Desprendes algo, un qué sé yo, que yo qué sé… tienes eso que llaman duende, sal, lluvia, vitamina… vida, qué más da. Esa chispa tuya que me envuelve en forma de brisa se ha vuelto más que necesaria, una droga y una Kriptonita, adictiva o autodestructiva, según te plazca. El día que no me bailas el agua, pierdo el acento, las fuerzas, la voz, la risa y hasta el sudor. Tengo frío a todas horas, arrastro los pies junto con mi orgullo y mis tacones no pisan con la misma solera, ya no son lo que eran si no son por ti. Mis ganas vibran si las saca a bailar esa sonrisa tuya que me palpita el alma.

Por eso, sé que ya es tarde, he caído en tus redes, te veo aparecer por el pasillo y comprendo que podría estar horas mirándote, no eres consciente de todo lo que te miro y de lo mucho que me encanta. Cuando nos despedimos en la calle me parece increíble que la gente pueda pasar a tu lado sin girarse, sin detenerse a pensar que se acaban de cruzar con la persona más increíble que existe. Entonces, me doy cuenta de la suerte que tengo. No puedo creerlo, estás aquí conmigo y parece que quieres quedarte, pero al mismo tiempo sé que no puedo personalizarte, no puedo hacerte mi desastre, no puedo llevarte a mi terreno, no puedo hacerte a mi voluntad… ni debo hacerlo. Eres como eres: mar, tierra, fuego y aire. Los puntos cardinales, la zozobra, la bahía, la playa… tienes agua salada en la saliva porque curas mis heridas con la ternura de cien madres o me ensalzas en la furia de miles de tempestades si ese día no es tu tarde. Pero cuando estás de buenas, ¡ay, cuando estás de buenas! Una sensación extraordinaria me abriga, me siento inmortal, poderosa… tan poco humana, como si no existieran los defectos en el mundo, como si todo fuera perfecto, eres la felicidad en carne y verbo y los que mueven los hilos allá arriba confabulan contra nosotros por saber querernos.

Que se caiga el mundo, que cese la gravedad de los cuerpos, pero que me pille a tu lado, así de juntos, así de ciegos, uno por el otro, que no he nacido sino para bañarme en ti y, a la vez, contigo, bendito Atlántico mío.

¡Larga vida al MAR eterno…!

mar

Atlántico- (I Parte)

No crezco, no mermo… no cambio.

Soy como soy: impasible, inmutable. Implacable conmigo misma y con los besos que no echo de menos; qué le vamos a hacer, será que soy exigente con lo que deseo. Tal vez, por eso, he llegado a un punto sin retorno donde me he hecho así; corrijo, vosotros me habéis hecho así: firme o todo corazón según el marchante que me viaja. No soy mejor ni peor, soy así: una roca erosionada por la naturaleza humana.

Hubo un tiempo, hace siglos, en el que yo quería mutar, ser corriente que se deja llevar, pero los varapalos, los vaivenes, la tempestad… la prisa turista me ha hecho encallar en esta playa. Mejor me quedo como estoy para que no lleguen más a ver lo que queda de mi alma y poder ver qué se llevan.

«—¡Ay, insensata! Tú creías, tú pensabas…me dije a mí misma pero la vida me tenía reservada otra cruzada

Concretamente, tú, un Big Bang, causa y efecto-mariposa que rompe cicatrices, cose ayeres y me revuelve las ganas estancadas. (Algo se mueve…)

cisma

«—¿Qué coño pasa? ¿Cómo y cuándo has llegado aquí? —»

«—¡No tienes derecho!Te grito sin éxito, pero tú ya estás dentro

«—No busco nada serio, en mi fondo moran cientos de marineros más veteranos que tú que lo intentaron antes y ahí siguen,

desayunando fracasos de agua salada. Te advierto

«—¿Por qué iba a ser diferente ahora? ¿Por tu azarosa voluntad?—»

«—Eso habrá que verlo.Pensé yo.«

 

Y así fue, lo vi y lo veo cada mañana cuando me despierto.

 

(Continuará…)

Maneras de vivir

Cuando la vio pensó que no era real,

y, que tanto estupefaciente, no era lo ideal.

¿Acaso había perdido la razón?

Porque ahora sí, se había vuelto loco de amor.

Ella tenía esa clase de sonrisa,

la que si la miras te hipnotiza,

la que, automáticamente, te quita el miedo.

Ya sabes, esa que te hace olvidar todos tus infiernos.

Ella, ella, ella… era la musa que estaba esperando,

quien le sacaría de la mierda por la que estaba pasando.

La inspiración vestida con pantalones cortos,

capaz de matar monstruos ajenos y propios.

Aquel día se cruzaron tan sólo un instante,

él ya estaba y ella venía para luego marcharse.

Ella pidió café para llevar

y él no quería dejarla escapar.

Ahora no, ya no, porque la había encontrado.

Él se levantó deprisa aún con tinta en las manos,

No sabía qué decirle a aquella chica,

fuera lo que fuera, sería para toda la vida.

Tenía tantas dudas en la voz

que le temblaron los labios.

Le habló primero a la camarera,

era su táctica para atraer la atención de ella.

Discreto, pagó, le sonrió y volvió a sentarse,

ella le miró sin detenerse pero con gesto amable.

Luego se fue, con aire despreocupado,

él se quedó mirando el nombre que había anotado.

-“Malena Almas”, Universidad Complutense de Madrid-,

mientras ella no miraba, él buscó un punto del que partir.

Su carpeta le dijo las respuestas,

pronto sabrían de qué preguntas.

chica camiseta de rayas

Comprendió porqué Malena era nombre de tango

y sopesó la idea de que él no fuera de su rango,

Que no se la mereciera o que a ella no le gustara

Pero tenía que intentarlo, pasara lo que pasara.

La buscó en Facebook y en todas las redes sociales,

viernes, sábado, domingo, lunes y martes…

No la encontró, hasta que una dirección de correo

le abrió nuevas puertas a nuestro Romeo.

Era profesora de literatura,

adicta al aprendizaje continuo y a la cultura.

La cafetería en la que se conocieron

era un estratégico punto de encuentro.

Se encontraba entre la universidad y su casa,

el denominador común de ambos en un mapa.

Él fue allí todas las tardes, cada día más tiempo.

Ella flirteaba en los desayunos con aquel desconcierto.

Poco a poco fueron buenos conocidos

 y, de eso, pasaron al “algo más” de los amigos.

Ella no sabía qué pero había algo en él

que la hacia feliz… infinitamente.

Él sabía la suerte que tenía,

lo mucho que la quería,

y no pudo más que prometerse

que la cuidaría cada día sin perderse.

No miraría a nadie más ni lo arriesgaría todo,

sería bueno, dejaría el ron, las mujeres y los porros.

Volvería a escribir, había vuelto a sentir.

Ella, ella eran las ganas de vivir.

El hombre del piano

bailarina de humo

(Pincha en la imagen para escuchar la canción)

Apuró el vaso, se limpió los labios con la manga y el ron, el más amargo que nadie ha probado, impregnó aquellas costuras de locuras y miedos.

Se despojaba de las dudas a golpe de tragos largos y, excesivamente, consecutivos; como si se tratase de un muchacho intentando impresionar a una chica en la primera cita.

Pero no, no era éste su caso, hacia mucho tiempo que aquel hombre se había despedido del acné para dar paso a las patas de gallo, las ojeras, la prominente nuez empapada en sudor, la neura, la personalidad múltiple de un perdedor y, por supuesto, aquel olor a tabaco que, perennemente, atrapaba sus dedos y su lucidez.

Se sentaba al piano los días menos malos y también los peores, era su punto de fuga, su salida… su única opción. Cuentan que le hicieron una canción, posiblemente, alguien que le observaba desde la barra del bar y que percibió el dolor en sus notas y, en sus gestos, aquel desgarro que hacia cobarde al más valiente.

Era la historia de un sábado de no importa qué mes y de un hombre sentado al piano de no importa qué viejo café… Aquel hombre le tocaba las teclas a la vida por no poder tocarle los muslos y las ganas a una dama que se le había atravesado en la garganta, la misma que con el portazo del adiós le desnudó las fuerzas y también el alma, como un árbol sin hojas cuando acaba el otoño.

Maldijo entonces su suerte, su débil corazón, sus ilusiones por volverse puñaladas, sus recuerdos por no tener mala memoria, incluso, a su piano por no ser del mismo terciopelo que el de la falda de ella. La soñó noche tras noche y día tras día, a veces mordiéndole la ropa interior a otras mujeres, gastando moteles y cuartos de baño, sabiendo que muchas no cambiarían lo que ya sentía por una sola… Al menos, lo intentó, puedo jurarlo que lo intentó, pero cada vez se encomendaba más al olvido de la mano de la indulgente bebida: primero eran algunas cervezas de más, luego los combinados de dos en dos y, por último, el ron a secas de botella en botella. El hielo se convirtió en el único amigo, el único que permanecía a su lado, el verdadero denominador común de sus noches, porque con respecto a los clientes del bar, o a las mujeres de su cama, cada noche eran distintos. Se bebía la vida gota a gota y, a la vez, se le esfumaba como el humo denso de los labios, el genio se le tornó eterno y su carácter se agrió tanto que pocos se atrevían a acercarse.

No hablaba demasiado ni ebrio ni sin ir borracho, su silencio era parte de un pacto consigo mismo, la promesa de mantener caliente aquella historia que para él no se había acabado. Si lo contaba se desvanecería, ya no sería suya sino de todos, víctima de la democracia de las bocas contaminadas por la invención, que se dejarían llenar de edulcorantes añadidos de los que él nunca firmaría por propia voz, por eso, nunca se le oyó decir: “esta boca es mía”.

Deseó infinitas veces volverse objeto: un banco, una farola, una maleta… quién sabe. Todo con tal de contemplar vidas ajenas y no morir en el intento de sacar a flote la suya propia, todo con no ser el protagonista de la historia más triste de su existencia. Su deseo no se cumplió, pero no le extrañaba, se había acostumbrado a no esperar nada, ni siquiera de sí mismo.

Una noche sin más, se levantó de la banqueta en mitad de un concierto, sobresaltado, con los ojos tan abiertos que parecía que había visto a un fantasma, (sospecho que así era), recogió tembloroso las partituras, bajó la tapa con suavidad, parecía que se despedía de su viejo Yamaha de madera negra de nogal. Los que le vieron dijeron que iba sonriendo y que una mujer elegante, con un sombrero borsalino gris y un abrigo largo, le esperaba junto a la puerta con unas llaves en la mano.

Nunca más regresó, algunos piensan que se cansó de ser el famoso hombre del piano y, a la vez, un completo desconocido para todos, excepto para ella. Otros cuentan que dejó de buscar porque, por fin, encontró lo que había perdido.

YO SOY ESA

Si alguna vez me buscas, recuerda que yo soy todas las mujeres a las que has dejado escapar:

Soy la chica que espera sentada en la parada de autobus, callada, envuelta en su música y en tu ignorancia.

Soy la que te ha servido el pan esta mañana con media sonrisa pero, claro, tú ni siquiera has sido capaz de devolverme un “gracias” ni un “hasta luego”.

Soy esa a la que ayer le diste un empujón en la calle y que, gracias a tus prisas rutinarias, no te percataste de tu desencuentro conmigo, pero los papeles que llevaba volaron para chocar contra un suelo bautizado por una lluvia, entonces me giré con indignación esperando un «perdón» que de tus labios nunca salió.

Soy la que te adelanta corriendo sin mirar atrás, la que cuando vas a pagar en el mostrador busca algo en su bolso, la que llora en una discoteca, la que ríe hablando por teléfono, la que manda un Whatsapp ajena al mundo cuando va en el metro, la que sueña, la que vive por ti sin que tú vivas por ella.

Soy la mujer entrada en años del bar que te dice que dejes de beber, que ya está bien, que te vayas a casa y que, para hacerte reaccionar, te pregunta si no hay nadie que te espere en casa.

Esa mujer también soy yo, la que te aguarda en lo que llamas «hogar» con un labio roto y un hematoma que no se puede disimular ni con maquillaje ni con un flequillo dejado caer, conscientemente, sobre el párpado izquierdo.

Mi guarida es la cocina y la parte del día en la que no estás tú.

Mi banda sonora preferida se limita al silencio en el que tu respiración no acuchilla mi nuca ni el roce de tus manos chirría contra mi piel.

Mi rutina es tu falta de compasión.

Mi cordura, los dos hijos que llevan por apellido el tuyo.

Por ellos mismos, voy a ser esas mujeres, todas a las que has dejado escapar, porque ésta, la que te escribe estos renglones, se va, se marcha para no volver, tú la has hecho volar, me llevo lo que es mío y tu odio en la sangre, me dejo la rabia y el miedo porque me sobra equipaje, concretamente tú en el resto de mi vida, con una vez que te pongan la mano encima ya se sabe que no será la última.

Hoy seré la suerte, la fortuna, la gracia y la dicha, todo lo que le has robado a mi vida, mañana seré la musa a la que suplicaras que yo vuelva porque nada te sale bien.

Pero no me busques, no me sigas, si te da por acordarte de mí, te aconsejo que me mires en los ojos de las personas que te dan la espalda, esas a las que les has hecho daño, ellos te devolverán lo que eres, ellos serán tu mejor espejo.

Bienvenido al infierno, yo me ya me marcho, pero por si te cabe alguna duda, la mujer de negro que te invita a entrar en la cárcel de llamas, esa… cabronazo, también soy yo.

mujer fumando

«El balcón de sus ojos»

Les advierto queridos lectores que este viaje es de ida pero no de vuelta, que una vez nos adentremos, no podrán salir, será un hito en sus vidas como lo ha sido en la mía, desde que supe de su existencia, y pude comprobarlo de cerca, ya no he vuelto a ser la misma… sino mejor.

No sé por dónde empezar, las palabras chocan contra mis dientes intentando salir, más bien quieren gritar, quieren explotar en verbos para hacerle honores y fiestas varias, pero no les dejo, quiero cautela, la misma que empleo para acariciarle, para leerle con los dedos y quiero escoger las palabras adecuadas para, tal vez, rozar la explicación de lo que son los luceros de su cara para mi alma. Ni siquiera de este modo seré capaz de aproximarles a la realidad, pero de nuevo, me atrevo a intentarlo.

Sus ojos… ay, sus ojos, son mi jaula de oro, tengo la puerta abierta, lo sé, pero quien podría escaparse de la luz que desprenden, no ciegan sino que tienen un efecto contrario: abrasan cuando los pierdes de vista, si se aleja, te arde la calma, te palpitan las ganas de volver a mirarlos.

El balcón de sus ojos debería llevar un cartel como “no apto para cardiacos”, que nadie, bajo ningún concepto, se asome a sus ojos si sufre de vértigo, podría perderse como yo en un universo paralelo en el que sólo existen buenos días y buenas noches y, entre ambos, la felicidad más plena conocida por el hombre.

Si aún no sabéis de qué hablo es porque no os habéis mirado en ellos, no habéis visto de lo que seríais capaces de hacer y lograr en su reflejo, ellos son así, te predicen el futuro que tendrás a su lado.

En su balcón no hay geranios, ni rosales, hay maravillas, mares y arenales según quien los mire. Dan miedo, absoluto pánico, una vez los encuentras, temes que alguien pueda arrebatártelos y así vives el resto del día, pensando en volverlos a tener tan cerca que no pase ni el aire, ni el susurro… ni siquiera el silencio. Ellos te hablan, sus ojos saben hablar mejor que sus propios labios, cantan como las sirenas de Ulises, te atrapan, te envuelven, te elevan, te llevan a la deriva de sus islas, hacen contigo lo que quieren, pero a quien le importa perderse en ese mar con tal armonía.

He decidido que voy a encadenarme al balcón de tus ojos y que lanzaré al infinito la llave que me libera, no quiero quedarme nunca huérfana de su tutela… nunca, nunca, nunca. Que se apague el sol, que muera el astro rey, maldita la falta que hace brillando como brillan sus ojos las 24 horas. Me iluminan, me guían. Y para colmo de esta extasiada, me encanta que se me caiga la baba por ver cómo sonríen al verme, creo levitar y acariciar el cielo cada vez que lo hacen, parece que me digan un “eres y serás la elegida” y a continuación me atraviesan como si nada; y es que no es consciente de la fuerza que ejerce su mirada, no hay Newtons ni otras unidades que puedan plasmar el peso de su importancia.

Ya lo saben camaradas, no se asomen sin arnés a este precipicio del alma, a este abismo entre la locura y el deseo que te cautiva para la eternidad, su efecto tiene vigor en esta vida y en todas las que precedan (si es que hay varias).

Advertencia:

Si te mira estás perdido, la vida tendrá un distinto sentido, no habrá paz para los nuevos ciegos, sólo día tras día intentando superarte para conquistar un imposible que si te sonríe entenderás y sentirás lo mismo que aquellos poetas cuando todavía se podía morir de amor.

taparse los ojos

Maldita sea la geometría de tu cuerpo

Tú, el primero y el último y yo sin saber contar.

Siempre se me han dado mal lo números, pero contigo he suspendido precipitadamente, tal vez, por eso hoy soy de letras.

1, 2, 3… Nos pasamos la vida contando, rodeados de números, de fórmulas, de esquemas o reglas mnemotécnicas, de signos que inventamos para reconocerlos de forma universal, «uno para todos y todos para uno» como decía Dumas en su novela.

Aprobamos sin revisión el orden de las cifras y sus cálculos, aprendemos desde pequeños a sumar y restar valores, pero, ¿cómo se restan las personas? Parece sencillo, pero es harto complicado; te vas y yo me quedo, pero uno menos uno equivale a nada. Proclamo, entonces, este resultado desierto; no somos nada. Pasó, fuimos todo venido a menos, somos menos venidos a la nada; desierto sentimental si es lo que te viene en gana.

No me lleves a tu terreno, no me hagas perder el rumbo tan pronto, manipulando mis pensamientos. Hablaba de los números, de que son muy traicioneros, sobre todo, si incumben a la edad e impíos si se trata del tiempo, pasan unos tras otros veloces, fugaces… como los que llevan a la espalda los galgos en los canódromos. Sí, son caprichosos, pero analfabetos, no saben lo que les pertenece, por eso, yo siempre he sido de letras. No he llegado a odiarlos, bueno sí, los de las facturas, los que traen responsabilidades, como los años, como las notas… Ojalá hubieras sido tú un número más, uno más de una lista que olvidar, un pasado que se esfuma, pero no, los números no tienen voluntad ni obediencia. Yo no te olvido, imprimes mi memoria como las grandes fechas de la historia.

Malditas matemáticas, le declaro odio per capito a la geometría de tu cuerpo, a tus escondites, tus costuras, tus parpados, tu olor, tu aliento, a tus brujos recovecos.

Que nadie defienda la lógica en mi presencia, le he perdido la fe, soy atea de ella desde tu huida, me abandonó en el peor momento, se fugó con mi corazón, ahora sólo me queda analizar la situación con calma, pero cómo no voy a odiar la razón pura, si la geometría humana nos está dejando sin alma: mentes cuadradas y triángulos amorosos, creo que faltan parejas como nuestro primer “nosotros”.

Pero, qué se le va a hacer, te me has ido por la tangente y la resignación me mira como una cortesana para que la acepte. No puedo, ese es mi verdadero problema, por eso me ruego a mí misma que se vayan estas dudas, no alcanzo a averiguar la respuesta, este “quiero y no puedo” nunca ha quemado tanto en nadie como lo hace en mí, este amor de azufre me corroe, me destroza pero no se evapora, ojalá, pero este coeficiente sólo se limita a verte, a tenerte y desearía que cumplieras la norma de que la línea más corta entre dos cuerpos es la recta, te suplicaría que volvieras, que te perdieras en mis curvas, seguro que entre tantas teorías tuyas y mías aprobábamos la práctica con matrícula de honor. Te diría: tráeme tu mente y tu físico que yo me encargaré de la química, verás cómo nos sobran teoremas de Gauss o campanas metafísicas.

Te suplicaría literalmente: ríndete a esta cateta y que salga la hipotenusa por donde quiera, seguro que nos derivamos al error, pero qué supremo el momento de sumarnos, de exponernos, de multiplicarnos una y otra vez, una… y otra vez.

espalda hombre

Sí, eso te diría, te diría, te diría, te diría… pero no te digo, el tiempo pasado me recuerda que el presente es diferente, que mi realidad es otra y que es mejor, aunque no a primera vista, que la farsa del pretérito que compartimos.

Pensándote, recuerdo cómo empezamos, cómo eras, todo lo bordabas, todo lo que hacías lo hacías francamente bien, con pausa, con solera, con serenidad, con aplomo, con elegancia, con el vuelo de las cosas que están por encima, con la mirada soberbia y la ambición en la sonrisa… Sí, igual de bien te recuerdo con las manos llenas de tinta y la ropa en el suelo.

Nuestro denominador común eran las ganas de querernos, ¿dónde está ese traidor ahora? Seguro que está contigo, dicen que “Dios los cría y ellos se juntan”, pues bien, sois de la misma condición, ladrón, seguro que estáis compartiendo cerveza en algún antro de pocas luces y muchas sombras.

Ya lo sé, he perdido toda lógica, esta loca se ha perdido entre desviaciones típicas e incógnitas pero no me he desquiciado tras tu partida, ya estaba loca por ti cuando me ataba con el arnés de tu cuerpo y mis principios saltaban al vacío por los agujeros de tus miedos.

Qué maravillosos aquellos años en los que sí podíamos mezclarnos, uno de nuestros problemas hoy es que yo soy pera y tú manzana, tú tienes dudas y yo certezas, tú experiencia y yo hipótesis de tres al cuarto. “Los últimos serán los primeros”, pero en qué lugar quedamos tú y yo, no sé contar, pero sí sé que podías contar conmigo marcará la hora que marcará el estúpido reloj.

Cómo no iba a estar ahí para ti cuando volvieras si eras mi dogma de fe, te aprendí antes de conocerte, por ser quien eras. Eras el número uno, tú, el que no seguía a nadie, al que el mundo idealizaba, envidiaba, anhelaba… te quería por ser más que pluscuamperfecto. Tú, ganador, as, oro y premiado, te has ido como te ibas siempre, con la primera persona que pasaba, te dejabas querer, más de lo que he podido soportar, pero soy idiota hasta un punto, hasta este punto final; como despedida te mando un infinito por cada una de esas veces, un infinito por si no te acuerdas o no sabes hasta qué punto te he querido.

Adiós infinito.

ciudad de noche